Tiempos difíciles, los que vivimos. Por una parte, somos una
nación que aunque joven, hemos mostrado durante no menos de un siglo un anhelo
por vivir en un sistema de libertades, democrático y que haga posible que
tengamos niveles de vida decorosos.
Aún así, no hemos reconocido plenamente que las libertades
de la vida republicana requieren disciplina, orden y responsabilidad. En lugar
de asumir el control de nuestra propia vida comunitaria, hemos dependido de la
voluntad de líderes en quienes hemos confiado la tarea de resolver todos los
problemas de Honduras.
Por supuesto, nuestras expectativas han sido muy poco
realistas. Siendo que retornamos a la vida republicana en una época cuando
Honduras era el conjunto de zonas geográficas aisladas, estábamos más próximos
a las estructuras feudales y mercantilistas que a entornos urbanos encaminados
con claridad hacia el capitalismo.
Hoy en día, estamos pagando un precio muy alto por un aparato
muy complejo que compramos sin saber exactamente cómo operarlo, mantenerlo ni
para qué sirve. Con raíces que penetran muy poco en la profundidad de nuestra
propia tierra, somos vulnerables por causa de nuestras propias debilidades,
nuestros vicios y falta de claridad para conducir nuestras propias vidas y la
de nuestro propio país.
Después de acudir a las urnas periódicamente durante ya
treinta años, hemos entregado cheques en blanco para que nuestros gobernantes
hagan como consideren más conveniente.
Por supuesto, era necesario dejar que ellos pudieran ejercer
desde el poder, el poder, pues el que manda, manda. Pero aún con esa carta
blanca, hemos esperado, siempre, que El Presidente nos salve; que El Diputado
nos ayude, y que El Alcalde nos dé.
Hoy, enfrentamos la realidad de que las cosas no pueden ser
así si queremos aquella república de libertades y de bienestar. Pero no sabemos
cuál camino debemos seguir.
Hoy, teniendo nueve opciones para escoger, tenemos más
razones para NO votar por algunos, por uno, o por todos, que motivos e ideas
para SÍ votar por al menos uno.
Hoy es más fácil deslegitimar que confiar. Es más fácil tornarnos
más indiferentes, cínicos y desconfiamos. Hemos adoptado una cultura de
deslegitimación, en la que no caben argumentos a favor de una causa, sino
señalamientos contra quien la promueve. No podemos sostener un debate
exponiendo e intercambiando ideas, porque aceptar el pensamiento de “los otros”
equivale traición a “los nuestros”. ¡Cómo si no fuésemos hondureños todos!
Como nunca le hemos pedido cuentas a los políticos, sino que
favores, hoy éstos son más descarados, más abusivos y más sinvergüenzas. Ya no
le tienen miedo a Dios, a La Ley, ni al Pueblo.
Y como es más probable que nos enfrasquemos en pleitos irrelevantes
acerca de si es mejor la Izquierda o si es mejor la Derecha, y no que
encontremos las ventajas de poner a un lado nuestras diferencias, aunque sea
temporalmente, para enfrentar efectiva y eficazmente nuestros retos y nuestras
amenazas, es probable que terminemos con un país híbrido que nos ofrecerá
libertinajes, un poco de disciplina a la fuerza y desorden administrativo ad perpetuam pero que no será, ni por
asomo, una República.
Quizá debamos prepararnos para el fin de la presente era
republicana, en un momento muy cercano.
Quizá debamos comenzar a sembrar, otra vez en una nueva generación
de niños, la ilusión de vivir con esperanza, con libertad, con orden, con
aprecio por el trabajo y el valor de ganar el sustento diario y forjar nuestra
propia persona.
Ha llegado el momento de prepararnos para una larga noche,
que será fría y nos parecerá, a quienes valoramos la libertad, interminable.
Pero el momento vendrá y un día nuevo va a amanecer. Y entonces,
como lo hizo la generación de nuestros padres, una nueva Honduras despertará y
se levantará temprano a realizar su tarea, y sembrará un árbol nuevo, vigoroso
y joven.
Sembrará el árbol de la Libertad.
Tegucigalpa, 5 de
abril, 2013.
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